martes, 4 de enero de 2011

-Me voy. Dime algo, alguna simple razón por la que deba quedarme, que sepa que contigo se me va la vida. Hazme entender que te necesito, o me iré para no volver, porque no puedo más, estoy cansado de tus putos enfados y tu mala leche, cansado de que me trates como una ¿Colilla? No, hasta una colilla se merece más respeto por tu parte que yo...
-Cariño, hemos vivdo muchas cosas juntos, no puedes irte ahora. Mírame a los ojos, sé que aún me quieres, sé que no puedes hacerlo. Porque no puedes hacerlo, ¿verdad? dime que no puedes, dime que no me dejarás.
-Quiero odiarte, pero soy idiota, y no consigo hacerlo. No sé por qué, si respeto, rabia, o simplemente miedo.
-¿Miedo?
-Sí, eso he dicho.
-¿De qué tienes miedo?
-De todo.
-Eso no tiene sentido.
-Sí que lo tiene. En todo este tiempo no me he separado de ti, lo he hecho todo contigo, ¡me agobias! Hasta tal punto que te has convertido en todo, en mi todo podría decir, así que no tengo miedo a todo, sino a ti, te tengo miedo, quiero irme.

Fueron sus últimas palabras, que precedieron aquel golpe en la mejilla, dejándolo aturdido y llorando en un rincón, como hacía siempre que intentaba salir de aquella cárcel en que se había convertido su propia casa.

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